13/9/09

31 canciones en la cocina

Hay dos maneras de ser irónico: una, utilizar la ironía para divertir al personal, y otra, utilizar asimismo la ironía pero no tener ni puta gracia. Eso es lo que sucede con el humor que despliega Nick Hornby en su suerte de ensayo sobre el pop 31 canciones.

Hornby a punto de dar la nota

En la contracubierta, alguien describe el libro como una “autobiografía musical”. El autor se define asimismo como un cuarentón al que le gustan Bruce Springsteen y Nelly Furtado. Puedes interpretar esto por el lado literal y dejar el libro en ese momento, o tomarlo por el lado irónico. Jaja, qué divertido, dice que le gusta Springsteen.
El caso. No sé por qué he leído 31 canciones. Ah, sí, porque en la selección hay un tema de Aimee Mann y siempre está bien leer algo en lo que halagan a tu cantante favorita. Debí aprender la lección con Alta fidelidad. Ni lo he intentado con la novela, pero la película me pareció tan ñoña y autocomplaciente que creo que ni vi el final. 31 canciones tiene los mismos defectos. Hornby se pasa la mitad del libro justificándose: ser fan de la música popular es algo tan loable como serlo de la música “seria” porque el pop puede ser tan complejo como los clásicos o el jazz. Pero luego dice que le molesta que pongan a su grupo favorito en el hilo musical del supermercado. ¿No es eso la esencia de la música popular?¿Qué no pertenece a una elite? ¿Qué tanto los Beatles como Britney Spears queden a la misma altura en las radiofórmulas?

Julian Barnes se come hasta las uñas

No me hace gracia. Si te gusta la música pop, te gusta y punto. Se pueden decir muchas cosas interesantes de tus canciones favoritas, cosas que no sean obviedades sobre por qué la Motown es tan genial como Stravinski. Así que no me extenderé, porque corro el riesgo de empezar a cargar contra los capítulos que Hornby le dedica su pobre hijo autista. Sólo añadiré que si alguno de nuestros fieles lectores está pensando en comprar o sacar de la biblioteca 31 canciones, que se decida por El perfeccionista en la cocina, un ensayo de Julian Barnes, que va sobre libros de recetas. Es muchísimo más divertido, ameno e instructivo y en ningún momento intenta rebatir el argumento “cocinar es una tarea servil”. Al escritor le gusta cocinar, como a nosotros nos gusta el pop. Por eso, no podemos dejar de aconsejarte que te alejes de Nick Hornby tan lejos como te sea posible.

2 comentarios:

stgmarsan dijo...

jaja, estoy seguro de que has disfrutado la lectura, sienta bien ser tan malo.

Luisru dijo...

Muajaja, sí he disfrutado mucho. Hacía mucho tiempo que no me indignaba tanto con un libro. Por cierto, Los viejos amigos me está encantando.